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Ley de etiquetado de alimentos: tenemos que salvar a Popeye


Por Jorge Carbonell

Presidente del Grupo SC y miembro del Comité en el Consejo de Autorregulación Publicitaria (Conarp)


Me gustaría detenerme en uno de los puntos de la ley de etiquetado de alimentos –ya aprobada por el Senado y que ahora pasa a la Cámara de Diputados– para pensar nuestro rol como comunicadores y la manera de hacer buena comunicación.

Ese punto dice: "Los productos dirigidos especialmente a los niños y adolescentes y que contengan al menos un octógono no pueden ser publicitados ni promocionados, no podrán resaltar declaraciones nutricionales complementarias que destaquen cualidades positivas y/o nutritivas "a fin de no promover la confusión respecto de los aportes nutricionales". También prohíbe "la inclusión de personajes infantiles, animaciones, dibujos animados, celebridades, deportistas o mascotas y la promesa de entrega de obsequios, premios y regalos en sus productos, que inciten, promuevan o fomenten su consumo, compra o elección".


Una primera observación: no se debería prohibir la publicidad de productos que están aprobados para el consumo. Se adopta una postura errónea, ante una situación que requiere repensarnos: la de atacar al eslabón más débil o el más identificable en este caso. Es como matar al cartero en lugar de resolver la cuestión de fondo. Parecería más fácil demonizar ciertos productos que pensar una práctica a conciencia que respete el derecho a la información de los consumidores y revalide el trabajo de los profesionales de la publicidad que abogamos por una buena publicidad que asesore, recomiende.

Analizando superficialmente las variables que determinan un perfil de comportamiento de compra es que se anula la utilización de personajes animados que poseen cercanía con el target que más deberíamos cuidar. Es entonces que me pregunto: ¿no podríamos resignificar este pensamiento y utilizarlo en pos de generar buenas conductas con información?


Porque salvando las distancias, y ahondando en el nacimiento de figuras icónicas como Popeye y su relación con la espinaca, con esta ley Popeye no hubiera existido.

Varios datos curiosos surgen de la construcción de este personaje y la fuerza sobrehumana que le brindaba el consumo de espinaca.

En los años 30, en Estados Unidos el dibujante Max Fleischer crea a Popeye. La licencia creativa del dibujante se basaba en la creencia de que esta verdura tiene un alto contenido en hierro. En aquellos años las anemias por carencia de hierro eran muy comunes, por lo que los dibujos de Popeye fueron utilizados por las autoridades sanitarias como reclamo para popularizar el consumo de espinaca. Pero aquellas creencias estaban basadas en un error de transcripción que se descubrió unos años después (al traducir el estudio sobre la espinaca del científico alemán E. Von Wolf publicado en 1870, en el dato relativo a la cantidad de hierro se colocó mal la coma de los decimales, de forma tal que la cantidad fue multiplicada erróneamente por diez). Lo llamativo es que, ante el descubrimiento de este error, el mito atribuido a la espinaca gracias a la fuerza sobrehumana de Popeye se mantuvo intacto.


Considero positivo invertir energía y tiempo en pensar buenas prácticas, acciones, campañas que produzcan cambios de consumo que vayan en línea con el cuidado de la salud y siempre parten de la buena comunicación. Pienso en distintas alianzas Estado-sociedad e industria creativa para colaborar con la circulación de buena comunicación, de modo que aportemos acciones concretas. Propuestas que se traduzcan en la distribución de información valiosa para la comunidad. Y que en casos en los que empresas u organismos decidan tomar políticas que vayan en línea con su cultura o manual de estilo, detenernos a ver qué mirada aportan y no sentenciarlos.ß


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